29ª crónica de un confinamiento improvisado
Cuando estoy triste me tumbo en el sofá y me quedo abrazado a la paleta
de jamón ibérico que vive conmigo. Mi nariz se pega a sus fragancias y respiro
otro paisaje. Ahora vivimos enjaulados en nuestras rutinas; no nos queda otra. Por
eso lo mejor es dormir. El sueño es capaz de modular las costumbres diarias
para no acabar enloquecidos; es el paréntesis que necesitamos para ordenar nuestros
desequilibrios. Para coger el sueño a mí me va bien tener la televisión
encendida. Dejo el canal de informativos y sus voces me relajan. Tienen un
ritmo constante, una cadencia agradable que me balancea suavemente y siento que
soy un bebe al que le cantan una nana. Hasta que una voz sobresale. ¡Atención.
Última hora!
Cuando eso ocurre me espabilo de golpe. ¡Escucha, va a hablar el
presidente!, le digo a mi querida paletilla. Entonces acomodo su aromática carne
entre el cuello y mi hombro izquierdo y la pinzo con la barbilla; inclino un
poco mi cabeza y sujeto el extremo de su pata con mi zurda para que su cuerpo
curado quede bien extendido. Luego cojo el cuchillo jamonero que tengo sobre la
mesa y lo sostengo con el pulgar derecho y los dedos. El cortante filo lo dejo descansar
sobre el tocino mientras me mantengo expectante. Dispuesto a tocar. A ver qué noticias trae.
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