42ª crónica de un
confinamiento improvisado
En tiempo de Coronavirus y mascarillas los ojos son manzanas, ciruelas,
melocotones… Son frutas dulces y despiadadas que ya no apartan tanto la vista.
Conduzco cada mañana para ir al trabajo y pienso que algún día van a
pararme para que justifique mi trayecto. Soy gafe. Hoy mismo ha pasado eso. Los
ojos de los agentes eran enormes como naranjas. Algunos tenían una apariencia
dulce y bondadosa y otros eran perversos, sin muestras de humanidad ni compasión.
El agente que se ha dirigido a mí lo ha hecho de muy malas maneras, malhumorado,
con el ceño fruncido y la mirada amarga como dos limones podridos. Bajo la
mascarilla he imaginado una mueca perversa y maliciosa, con ganas de pillar a
los que no tienen la documentación requerida para poder trasladarse al trabajo.
Yo la llevaba, por supuesto. Sin embargo he querido poner a prueba a este agente desalmado
que, seguramente, estaba viciado por otros problemas. Conmigo no ha sido respetuoso, ha utilizado un
tono inapropiado y una retranca prepotente exenta de amabilidad. En todos los
sectores hay individuos que no saben comportarse como seres humanos. En este caso he creído que lo más oportuno era jugar un poco con él. Así que me he hecho el
tonto y me he inventado una excusa insostenible para chincharlo. La crispación se
reflejaba en sus ojos alimonados y su evidente mala leche lo ha llevado a querer
multarme. Entonces, cuando ha sacado su libreta para hacerlo, me he
venido arriba y le he mostrado el documento requerido, como si estuviera jugando
una partida de ajedrez y, ante sus narices, le plantara un fulminante jaque mate. Sus ojos
perplejos se han visto arrasados por la turbación y el desconcierto y yo, con mis ojitos de
cereza, he esperado a que me dijera que podía seguir adelante.
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