37ª crónica de un
confinamiento improvisado
Hoy es la festividad de Sant Antoni. Un día emblemático para nuestra
localidad, pues la mayoría de peñiscolanos siente la llamada de esta romería y la
disfrutan con emoción en la ermita situada en plena Serra d’Irta. Este año la
llamada ha sido otra: ¡Quédate en casa!
Al menos el olor a lluvia nos limpia. Desde la cama escucho como cae el
agua por el patio de luces y pienso en los nombres y apellidos de cada una de las
incontables víctimas que mueren cada día. A nadie le gusta pensar en la muerte. No
obstante, es la única verdad de nuestro destino. Cada mañana siento como me
observa una pequeña nave espacial con ojos y boca, un ovni de ir por casa con
dos luces. Es el plafón de cristal del techo que me mira con cara de
circunstancias y parece que silbe un airecillo de optimismo.
Ahora estaría en la ermita, en plena naturaleza, dando tumbos por la concurrida plaza, hablando con gente con la que nunca hablo, al son de la música de una
orquesta que no sabe muy bien dónde se ha metido, sin pensar en lo qué haría mañana
ni en expectativas a largo plazo, ebrio de cerveza y de los cubatas que habría ido lanzando
al cielo. Sin embargo, permanezco estirado en la cama, borracho de sábanas y
barruntando si es posible cambiar el rumbo de nuestro sino.
No hay lógica en los destinos. Y no hablo de la muerte, pues esa suerte es irremediable. Sino del patrón que intuimos y prevemos en nuestra vida para que vaya cumpliéndose en función de nuestras vivencias y nuestra voluntad. Me gusta creer que hay un destino equitativo: tanto ofreces, tanto te espera. Nuestros caminos están mínimamente esbozados y, en principio, siguen una la trayectoria que nos marcamos. A menos que hagamos algo imprevisible e irracional que cambie el orden de las cosas. ¿Cuántas veces hemos sentido la fragilidad y la tentación de hacer una locura desde lo alto de un despeñadero y desfigurar ese orden?
No hay lógica en los destinos. Y no hablo de la muerte, pues esa suerte es irremediable. Sino del patrón que intuimos y prevemos en nuestra vida para que vaya cumpliéndose en función de nuestras vivencias y nuestra voluntad. Me gusta creer que hay un destino equitativo: tanto ofreces, tanto te espera. Nuestros caminos están mínimamente esbozados y, en principio, siguen una la trayectoria que nos marcamos. A menos que hagamos algo imprevisible e irracional que cambie el orden de las cosas. ¿Cuántas veces hemos sentido la fragilidad y la tentación de hacer una locura desde lo alto de un despeñadero y desfigurar ese orden?
La naturaleza es caprichosa. Hace
un quiebro y nace una pandemia capaz de alterar
los destinos alegremente preconcebidos de la raza humana. Es posible que esté
en Babia porque nunca he tocado con los pies en el suelo, pero la lección moralista
que extraigo de los males que subyacen en nosotros siempre guardan una estrecha relación con los verbos ser y tener.
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