sábado, 4 de abril de 2020

EL SARPULLIDO


22ª crónica de un confinamiento improvisado

¿Qué determina que cambies y te conviertas en otra persona? ¿Podría cambiarte una pandemia a nivel mundial?
En mí ya lo está haciendo. No tengo piel en el dorso de mis manos de tanto rascarme. Me muero del picor. Cada vez que he de ponerme unos guantes para ir a comprar al supermercado llego a casa con un manto de minúsculos granos recubriendo mi epidermis. Es una reacción cutánea que he descubierto gracias al coronavirus y no me deja vivir. 
Lleno la noche de respiraciones profundas y suspiros porque es durante ese momento cuando el escozor y el hormigueo del sarpullido son más intensos. He ido a la farmacia y me han dicho que la reacción va desapareciendo poco a poco, que pueden darme una crema pero, aun así, es un proceso dérmico que se extingue en una semana, y que es esencial que mantenga mis manos secas porque la humedad irrita la piel y reaviva la comezón. 
Últimamente la noche tiene sus gritos. La gente grita desde sus ventanas, cada uno por sus cosas, y yo no tardaré mucho en hacerlo. Solo hay que esperar si esto no cesa. No paro de moverme. Al menos camino. Estoy ansioso. Me calmo un poco cuando me observo en el espejo y veo mi bigote de morsa. Me infunde ánimos. Es un guiño a la vida y a tomarse las cosas con humor. Ese pelo tupido bajo mis fosas nasales hace que me sienta más varonil, más hombre, incluso más fuerte a la hora de soportar los pormenores transversales que me provoca este virus. 
Los políticos y los responsables en narrar la realidad deberían dejarse también el bigote. Les infundiría valor y más credibilidad. Ya que de la manera que usan el lenguaje y las palabras da la impresión de que sus emociones estén bajo control. Pero la gente no es tonta; advierte la tensión en los pliegues de su expresión y cierto enmascaramiento en los hechos, para que su discurso se interprete en las continuas intervenciones como el vaso medio lleno. 
Debemos seguir aplaudiendo, hay mucha gente que se deja la piel de verdad, pero la noche huele a respiraciones avinagradas y a desolación. La obligación de los ciudadanos es revestirla de alegría mientras podamos pero sabiendo la auténtica verdad si es que hay una. Porque mientras los balcones tengan voz significará que hay gargantas, pulmones, tórax, corazones, piernas, brazos... En definitiva personas animosas que aceptarán la metamorfosis social, igual que individualmente hemos sabido afrontar el paso de la pubertad a la madurez. 

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