41ª crónica de un
confinamiento improvisado
Anhelo ser la pintura de El grito
de Edvard Munch y gritar sobre un puente. Podría hacerlo en cualquiera de los
dos pequeños puentes que cruzan el estanque de mi pueblo. Ya he gritado demasiadas
veces en casa y en el balcón. Bramar sobre esta pasarela de madera es un deseo realizable,
así que un día que llueva o haga mal tiempo elegiré el momento más decadente para
chillar a esta tierra de locos. Luego aprovecharé para ir a comprar y seguiré
con mi feliz decadencia. En el supermercado pensaré en la muerte o en el declive
de la humanidad mientras la cajera pasa la compra por el sensor. Si analizamos los
productos que elegimos puede hacerse una valoración aproximada de nuestra
psicología y de nuestra conducta. Yo siempre compro lo mismo. Tengo una serie de
alimentos que me representan como consumidor y de ahí no salgo. El brócoli es
uno de ellos, igual que los pepinillos en vinagre y otros víveres enlatados que
no quiero enumerar por vergüenza. No quiero revelar que, efectivamente, soy lo
que como.
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