sábado, 30 de noviembre de 2019

EFECTOS DE LA ANESTESIA


Enciendo la luz y ahí están los pájaros picasesos acechándome, hinchados de libar mi sangre y mis ideas. Son tres, y me aseguran que están en mi conciencia para darme cariño. Los cojones. Su lucidez de ave borra mis sueños y ya no distingo nada. Me duelen los ojos. No me funciona ni el parpadeo, ni la retina, ni el blanco de los ojos. La esclerótica, la más externa, dura y opaca de las membranas que recubre el globo ocular, es una catarata de flores blancas que petrifica mi visión. Al menos tengo nariz y boca, olfato y gusto, y puedo oler y saborear lo que sienten las personas. Os aseguro que la culpa y la rabia tienen fragancia; y la venganza sabe a soja por la mañana y a jengibre por la noche. Hay un gato agazapado en la geometría de mi barba y los ángulos muertos de mis facciones. Uff, demasiadas nadas acumuladas. Soy un mundo sin oído, una obra de arte sin orejas que no percibe ningún sonido. Soy una máscara que padece sordera, pero encierro una sinfonía: una banda sonora de nubes blancas y un firmamento lúgubre de estrellas.  

viernes, 22 de noviembre de 2019

JUEGO DE NIÑOS


Cuando se trata de jugar podría jugar a cosas muy perversas. Podría enloquecer y crear un mundo cruel y surrealista. Si se diera el caso podría apuntarme con una pistola cargada y manejar un afilado cuchillo, e incluso maquinar otras fechorías temerarias. Creo que podría divertirme de muchas maneras. Mi hermano cree que me gusta jugar con él a pilotos del futuro, ya que más de una vez me he enfundado el traje amarillo de lunares negros y el absurdo casco de jaula para jugar a ser otros. Y no está mal, pero con lo que realmente me entretendría sería con el oso de peluche de mi hermana. Sí. Mi jugar sería una auténtica barbarie. Lo abriría por la espalda con un cuchillo y le quitaría la musculatura de espuma. Lo vaciaría por completo hasta que solo quedara el despojo de su piel de felpa, y lo rellenaría de la casquería más mugrienta. Recurriría a todo tipo de desechos orgánicos para darle el volumen inicial. Riñones, tripas, hígados, vísceras, grasas, sesos, sangre coagulada, y otras partes repugnantes que me sirvieran de relleno. Luego lo cosería con aguja e hilo del costurero de mi madre y volvería a dejarlo sobre la cama, apoyado en el cojín, esperando agazapado a que mi hermanita lo achuchara con todas sus fuerzas.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

LA ESTATUA ECUESTRE


Mi otra vida se ha convertido en un acto sencillo y profundo: observo mi plaza desde la ventana, a todas horas, como quien contempla con obstinación el avance imperceptible de las saetas de un reloj. Esta plaza, mi plaza, se transforma con la luz y las minúsculas alimañas que la sobrevuelan. El aire huele a estiércol, a esfínter humano. Sin embargo ya no hay gente, lo humano escasea. La única presencia terrenal que se mantiene en este extraño lugar es la escultura erigida en mi memoria. A través de figuras y símbolos petrificados se hace saber al mundo nuestro valor y talento. Fui un gran hombre. En el centro de la plaza y sobre un gran pedestal hay una estatua ecuestre que me representa. Sí. A mí y a mi caballo. Los dos estamos cubiertos por incontables capas de porquería y de un fino fango que proviene del légamo de las nubes. ¿Dónde está el derroche excrementicio de las devastadoras palomas de antaño? Preferiría sus heces blancas a esta costra hirsuta y nauseabunda. Me veo deformado por los grumos de suciedad y el poso fecal que deja el paso del tiempo. Las pequeñas criaturas que sobrevuelan la plaza son insectos repugnantes que mueven el aire con su aleteo, y llega hasta mi un vapor maloliente, un hedor a humanidad, la hediondez de algún tipo de vida. Tuve que morir en una absurda batalla para ser merecedor de esta solemne aleación de bronce. Y ahí estamos; mi caballo y yo. Convertidos en monumento en medio de la polvorienta explanada. Igual de dignos que insensatos. Él fue un purasangre, un corcel batallador que, ahora, tembloroso y sin identidad, busca el abrigo de mi regazo como una mascota equina que solo galopa y relincha en sueños, si los tiene. Yo fui un militar aguerrido, un oficial con habilidades temerarias, un bárbaro extremadamente sentimental que luchó por unos ideales sin amor ni alegría.  

martes, 5 de noviembre de 2019

MI COCHE


Muchas casas de blancura nívea y excelsa se alzan ante mí. Son preciosas. En realidad, todo lo que forma parte de este pueblo tiene algo particular e inimitable que aporta placer a mis ojos, incluso la gente que lo habita. También me complace observar mi Seat Córdoba, mi coche, aparcado en el mismo sitio desde hace años. Forma parte del mobiliario urbano de la calle y se ha convertido en un símbolo que inspira libertad, resistencia y autonomía. Vivo en él. Es un vehículo especial. Su interior está bien tapizado, de asientos abatibles y salpicadero sencillo pero funcional. Tiene dos caras. Una delantera y otra trasera. Siempre sonríe. Sus faros infunden buen rollo, cercanía, y evocan ternura. Fue de los primeros en incluir eleva-lunas eléctrico, y, aunque parezca increíble, nunca ha sufrido averías significativas. No hay sofisticación en su chasis, su cuerpo metálico ha ido perdiendo el brillo de antaño, acaba de cumplir treinta y dos años. Está ajado y algo oxidado, cubierto de excrementos de palomas y una capa de polución que altera su carrocería. Sin embargo su motor funciona como el primer día. Se ha movido poco. No ha viajado. ¿Para qué? Es imposible cambiar de cielo. En el interior de mi coche las tempestades son hermosas, pues los rayos y los truenos lo cargan de energía por dentro, sin necesidad de gasolina, y los días de chubasco lo limpian por fuera. Es cierto que la tristeza de los días adversos me afecta, me vuelve vulnerable, pero acepto mejor la pena si mi salud y mi alma me acompañan. 

sábado, 2 de noviembre de 2019

CREATIVIDAD A CONTRALUZ


Abrir y cerrar. Encender y apagar. Luz y oscuridad. Vida y muerte. Todo es basculante. Sin embargo, todas las posibilidades creativas y originales las hallo en la parte inactiva de estas oscilaciones: en el reposo de mi debilidad, en la penumbra de mi decadencia, en el trance de mi espíritu. Siento que mi imaginación es efervescente cuando, en el silencio de mi habitación y prácticamente a oscuras, me envuelvo de sombras y sostengo un ostentoso marco de madera que perteneció a mis antepasados. Mi reflejo se proyecta en el espejo y me veo como en un personaje pintado que cobra vida. Soy un fantasma triste que no trata de buscar la felicidad, caería en un grave error. A estas alturas todos saben que el secreto reside en no buscarla. No obstante, en este «off» vital que me fabrico cada día, siento que soy mi conciencia, mi imaginación, y todo aquello que pueda contarme e inventarme para agarrarme a la eternidad.