30ª crónica de un confinamiento improvisado
Treinta días ya. Un mes en casa y sigo aseándome con el viejo recipiente
de porcelana que perteneció a mis abuelos. Cada mañana me meto en la bañera y
chapoteo en el agua templada que lo colma. El paso de los días se convierte en un
volver a nacer. Me recuerda al Día de la Marmota que transcurre en aquel
maravilloso film de los noventa, Atrapado en el tiempo, donde el protagonista,
Bill Murray, está condenado a la repetición del mismo día un pequeño pueblo de
Pennsylvania.
El desfasado modo con el que me lavo diariamente no es propio de los
avances de nuestro tiempo, sin embargo, mis fuerzas y mi energía se ven renovadas
gracias a esta palangana y al cazo donde caliento el agua. La situación hace que
considere mi higiene como un curioso acto bautismal y, en mi mente, me vea a orillas
del río Jordán donde Juan Bautista bautizó a Jesús. Quizás, estos días, por coincidir
con la Semana Santa y hallarme recluido entre cuatro paredes, hacen que viva esta
fantasía con más intensidad y sienta la solemnidad por verme en la misma
tesitura que Jesús de Nazaret.
No pretendo restarle trascendencia a este episodio que se relata en el
Nuevo Testamento, pero, tras lavarme las zonas íntimas y las más inaccesibles, alzo
la palangana sobre mi cabeza y dejo que el agua jabonosa se derrame por mi
cuerpo. Es una epifanía reservada que transcurre en el lugar más sagrado de mi
casa. Nadie más puede dar fe de ello porque no participa ningún acólito, ni
ángeles ni santos, únicamente mi soledad y yo. El culto a mi ser es mantener
limpia mi sustancia física y mi alma. Así, los fieles que lo deseen podrán repasar
en mis escritos las penitencias que tuve que pasar durante la condena hogareña.
De modo que hoy, Domingo Santo, día 12 de abril de 2020 y año del
COVID-19, un servidor, confiado en que el alma y la materia forman una unidad y
seducido por la idea de que la verdad reside en espiritualizar lo corpóreo, hace
constar en su treintava crónica de un confinamiento improvisado que sigo
sobreviviendo y renaciendo cada día en mi casa, a pesar de la terrible pandemia
y del termostato averiado.
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