martes, 30 de octubre de 2018

EL FALSO SUICIDA


Un billete de cincuenta euros ha llegado volando y se mantiene sujeto contra el cristal de mi ventana. Vivo en un sexto piso. A pie de calle vuelan sombreros, hojas secas, bolsas de plástico y desperdicios de poco peso. Qué suerte que haya venido a mí. Necesito el dinero. Sin embargo para cogerlo existe algo de riesgo; he de apoyar un pie en la cornisa y estirarme bastante, y con este viento que arrecia… Si me lo encontrara en la calle me sentiría sucio por quedármelo. Así que de esta manera, aunque mi vida corra peligro, me siento más digno.

viernes, 26 de octubre de 2018

METERSE EN UN JARDÍN


El jardín quería contarme algo, así que me tumbé en él y oprimí levemente la oreja sobre el césped. Así estuve toda la mañana, echado cómodamente y escuchando su discurso a través de la hierba. Mi jardín era un gran conversador. Las veces que soy yo el que quiere contarle algo a él, quito el tubo de plástico de mis gafas de buceo y lo clavo en su tierra para hablarle por la embocadura. La mayoría de jardines padecen sordera.
      Esta vez el jardín me habló del tiempo; de todas sus acepciones. Había muchísimas. El estado atmosférico era el sentido de la palabra que más le interesaba, pues hacía semanas que las nubes no ensuciaban el cielo. «En esta época del año el tiempo debería ser más lluvioso», dijo con voz arenosa y profunda. Luego se centró en los significados que hacían referencia al paso del tiempo como período o duración, e hizo una declaración que me chocó: «…no son los relojes los que miden el tiempo». Como un viejo al que le encanta contar batallitas siguió hablando y encadenó varias locuciones sobre el tiempo. Había tantas como abuelos y las pronunció como una ametralladora: «En tiempo de Maricastaña…; en mis buenos tiempos…; me tomo el tiempo como viene…; no quiero perder el tiempo…; obedezco al tiempo…; he de ganar tiempo…; me falta tiempo…; de un tiempo a esta parte…; bebo agua del tiempo…; de tiempo en tiempo…; capeo el tiempo…; antes de tiempo…; al mismo tiempo…; me agarro al tiempo…» Y así. Cuando acabó, se tomó un respiro y grito: «¡¡Correeeeeed, no queda tiempo!!».
      El jardín proyectó un profundo ronquido desde los sustratos más insondables y se quedó dormido. Entonces oí un rotundo tic-tac que hizo temblar violentamente la tierra.

ARQUETIPOS


En la playa contemplo una espalda tatuada con un dragón alado que escupe fuego. Es suficiente para presuponer cosas del tipo de espécimen que tengo delante. Qué creatividad tan típica y qué poco me sugiere. Estoy segura de que, en alguna otra zona de su fornido cuerpo, también llevará grabado el nombre de una mujer: el de su madre o el de su pareja, o el de las dos, sus dos grandes amores. Que no se gire por favor, no quiero verle la cara. La intuyo simétrica, angulosa, con las facciones propias de un guaperas. Seguro que es atractivo, varonil, perfecto. Otra ordinariez. Muchas se volverían locas con un tipo así, pero yo, con las suposiciones que hago sobre su identidad y sin haber cruzado ni una palabra con él, ya lo tengo colocado en la zona más baja de mis preferencias. La verdad es que no debería ser tan superficial, pero, a simple vista, intuyo que no es el tipo de hombre con el que me gustaría conversar o disfrutar de su compañía. Me sentiría ridícula junto a él, y pasaría vergüenza. El tatuaje tiene la culpa de todo. Se crean arquetipos, y, en este caso, de manera automática, mi conciencia me advierte de que este sujeto tiene todas las papeletas para ser carne de correccional, marino o militar. Aunque igual me equivoco y es una bellísima persona.

jueves, 25 de octubre de 2018

CURIOSIDADES


Si un perro tiene ojos de persona no sirve como perro. Pasa exactamente lo mismo con los hombres y las mujeres que tienen ojos de perro; no serían válidos como personas.
     Es una curiosa circunstancia que pasa inadvertida, pero si nos fijamos bien, a pesar de que ambos poseen una superficie ocular muy parecida, podemos advertir características anatómicas específicas. El ojo canino, si os fijáis, solo tiene pestañas en el parpado superior, mientras que el ojo humano en los dos parpados. Además, la apertura palpebral de los perros es mucho más amplia. La esclerótica, o el blanco del ojo, es poco visible en estos mamíferos de cuatro patas, sin embargo su córnea es mucho más grande y gruesa. La frecuencia del parpadeo de los humanos es de doce a quince veces por minuto, mientras que la de los cánidos es de siete a ocho. Nunca tengáis en cuenta la expresión de la mirada, no sirve y puede llevar a equívocos. Por eso, a través de estas sencillas referencias podéis descifrar si quien os habla es un perro o quien ladra una persona.    

lunes, 22 de octubre de 2018

CAMBIO DE AIRES


Alguien que ya no era el mismo caminaba por una transitada calle que tampoco lo era. Las personas que se le cruzaban iban cabizbajas, sumidas en la vaguedad de su conciencia, y tampoco tenían nada que ver con la gente distraída y risueña de antaño. Todo lo que conformaba el mobiliario urbano era una sombra de lo que fue, el diseño actual que vestía a la ciudad era una infructuosa alternativa comparada con la de antes. Incluso el aire estaba viciado. Ya no contenía el 78% de nitrógeno ni el 21% de oxígeno ni el 1% de otros elementos.      

jueves, 18 de octubre de 2018

EL GRAN DON


Nací ausente, y ese estado de profundo ensimismamiento se prolongó hasta la edad de cinco años. «Ya se arreglará», pensaron mis padres. Y me arreglé. Ahora puedo decir que soy una persona casi normal. Poseo dentro de mí una especie de antena sensorial capaz de oír las frecuencias que emiten los seres vivos. Detecto las ondulaciones del pensamiento y puedo interpretar con certeza todo lo que ronda por sus cerebros.
     Esta circunstancia no ha impedido que haga una vida normal; más bien es una ventaja que tengo sobre los demás. Para mí no hay misterios en el razonamiento humano; detecto los pensamientos de las personas que están a mí alrededor.
   Alguna vez que he perdido este don –así me gusta llamarlo– lo he recuperado metiendo un bastoncillo en los oídos, hasta el tímpano, moviéndolo con fuerza e insistencia. De esta manera vuelvo a restaurar esta habilidad que poseo.
     Puedo apreciar lo que piensa una mosca. Me encanta meterme en los diminutos cerebros de estas acróbatas del aire y percibir cómo son capaces de procesar rapidísimamente miles de estímulos que no sabría clasificar. Mis preferidas son las moscas de la fruta; estas son sorprendentemente sofisticadas, y, aunque solo he conseguido percibir una variedad de oscuridades, en ellas he experimentado una actividad frenética, un silencio efervescente que palpita y las convierte en pura energía. Su mente proyecta chispazos de placer, algo parecido a la adrenalina que nos hace felices. En estos fascinantes insectos, nunca he descifrado un raciocinio interpretable, pero si un prodigio neuronal que me pellizca las sienes y me masajea el interior de la mente. Como os comento, mis favoritas son las moscas que van a la fruta madura o fermentada; también a las verduras u otros productos podridos que no están en la nevera. Deberíamos valorarlas más y avergonzarnos cada vez que matamos a una.       

martes, 16 de octubre de 2018

LOS NERVIOS


Los nervios que uno pueda tener para sacarse el carnet de conducir no son los mismos nervios que se tienen a la hora de empotrar un coche contra un banco. En principio, los primeros se presentan más sanos, incluso son buenos y necesarios para permanecer alerta y con los cinco sentidos en la carretera. Los segundos, en cambio, están motivados por un impulso desesperado, y son de una naturaleza salvaje e impulsiva, sin un verdadero control sobre ellos, porque el ánimo sufre una alteración tan brutal debido a la ira y la impotencia que, irremediablemente, llevan a una conducta delictiva.  

lunes, 1 de octubre de 2018

UNA TARDE CUALQUIERA


La anciana tenía flan en la comisura de los labios, o pudding, o había mojado galletas en leche y eran restos blandos, o tenía la típica mugre de vieja que se forma al hablar sola. También podía ser por el roce de su dentadura postiza, y le había producido tanta saliva que la tenía concentrada en las grietas profundas de sus labios. El aire viciado de la habitación tumbaría a cualquiera, sin embargo el perro que estaba a su lado la olisqueaba y le lamía esa roña reseca, colocando su cabeza entre sus manos arrugadas para ver si lo acariciaba.