viernes, 17 de abril de 2020

TRES SUEÑOS


35ª crónica de un confinamiento improvisado


Desde que he vuelto a trabajar he soñado tres veces consecutivas con los mismos ojos. Justo las veces que me he cruzado con la joven poseedora de ellos, pues, para evitar riesgos, su rostro iba cubierto por una mascarilla, y su lánguida mirada fue lo que más llamó mi atención. Eran profundos, bellos, y contenían un cielo que lloraba.  
El primer sueño lo tuve el pasado martes y vi como esos ojos de mujer se avivaban en el rostro de un hombre que se limpiaba los dientes frente al espejo con el ímpetu y el brío que le marcaba el inicio de la Sinfonía núm.5 de Beethoven. 
En el segundo sueño, esos mismos ojos, azul verdosos y de largas pestañas, estaban encajados en la mirada asustadiza de un perro callejero que aullaba a mi ventana.
El último fue el de ayer, y, como en las anteriores ocasiones, esos globos oculares se incrustaron en la rugosa corteza de un árbol, en la parte media del tronco de un olmo. Su pupila se dilataba y se contraía en impulsos nerviosos y su esclerótica pasaba de una palidez lechosa a un purpura cruento. Sus ramas se agitaban, trataban de aplaudir pero se enredaban, y de su boca resinosa manaba un chorro de palabras: «tengo la solución para detener el coronavirus», repetía desde la espesura de su copa.
Hoy es viernes, espero seguir soñando con esos ojos. En ellos adivino un sol amarillo cada mañana o que las nubes presagien despojos.

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