viernes, 28 de diciembre de 2018

LA EXTINCIÓN


De lejos, todos los seres humanos son iguales. Es al aproximarme a ellos cuando puedo captar sus diferencias; incluso en estos dos especímenes idénticos sentados frente a mí en el metro. Los llaman gemelos. En realidad, aquello que los diferencia de verdad es invisible, está en su cerebro y en una dimensión compleja que los humanos denominan alma. Aparentemente, estos dos tipos están tristes, pensativos. Por su indumentaria, deduzco que vienen o van a jugar al tenis. El que lleva camisa y jersey de pico negro es frío, apático, y está preocupado por sus dientes. Se acostumbró a estar sin ellos, pero desde que le hicieron la intervención para implantárselos se siente muy incómodo; nota su boca atiborrada de dientes. El otro, vestido con chaqueta de chándal, es más emocional, siente que no pertenece a este mundo. Odia los globos que explotan en las fiestas infantiles cuando no lo espera. Es capaz de matar. Dos tipos iguales pero muy diferentes. Nada ejemplares. Me dan lástima. Por lo que les queda de vida todo debería importarles un bledo.

viernes, 21 de diciembre de 2018

PERDERSE EN EL TRAYECTO


La mujer que cogía todos los días el bus para ir al trabajo sabía que lo más sensato para que todo avanzara con normalidad era amar a su marido y disfrutar de la vida familiar con sus hijos. Dedicar su tiempo a eso era lo más sano; pero el tiempo que transcurre desde que nacemos hasta que morimos no está hecho para ser cómodo, y a ella le resultaba imposible practicar la indiferencia cuando algo le bullía por dentro cada vez que levantaba la vista hacia el retrovisor interior y comprobaba como su mirada se cruzaba con la del chófer.

jueves, 20 de diciembre de 2018

EL REY DE LAS AZOTEAS


Estoy enamorado de las azoteas de los edificios porque se enlazan entre sí y forman un suelo en las alturas, un entramado caprichoso de caminos encubiertos. Deambulo por esos límites para sentirme en otro lugar; cambio de aires y respiro una atmósfera limpia que no está viciada por el tufo de las calles. El paisaje de los tejados se llena de ropa tendida –me encanta hundir la nariz en las sábanas cuando están recién lavadas–, de calentadores solares, de pararrayos, de antenas y parabólicas, de cisternas, de columnas, de chimeneas humeantes, de balaustradas, de conductos de todo tipo… Es un lugar casi futurista, y, en mis largos paseos, cuando me desoriento o me pierdo me asomo a la calle y enseguida determino dónde estoy –«Ah, mira, estoy entre la calle tal y tal»–. He descubierto un trayecto que me lleva directo al trabajo: salto algunos muros, desciendo por una escalerilla metálica verde, paso por una viga de hierro que hace de puente entre dos bloques y me sitúa en un techo inclinado de tejas rojas donde hay una claraboya. Accedo por ella y «voilà», ya estoy.
   Dominar las azoteas es conocer las intimidades de tus vecinos. Sus vidas se suceden en cada planta, en cada vivienda, en cada habitación, y yo, a través de los patios interiores, encuentro la felicidad con sus historias, que arrojan voces, privacidad e impensables secretos.

martes, 18 de diciembre de 2018

EL CONCURSO

Me encanta la idea de que antes se pagara a una señora para que llorara en los entierros. En San Juan del Río, en el estado de Querétaro en México, se celebra un moderno concurso de plañideras dentro del festival Anual del Día de los Muertos. Estoy tentada en presentarme. En casa, siempre que me siento sola, exagero mi tristeza y teatralizo lamentos, suspiros y gemidos varios. Me dispongo ante el espejo y, a través de movimientos compulsivos, produzco inspiraciones bruscas y entrecortadas que son idénticas al llanto. Luego, esos sollozos, si están bien ejecutados, los intercalo en un discurso lleno de frases conmovedoras. Únicamente me falta producir lágrimas. Para ello, es básico mantenerse bien hidratada y que el organismo contenga el agua suficiente. Acostumbro a practicar con las películas en las que la actriz o el actor lloran. También recurro a pensar en cosas tristes: me imagino indefensa ante vejaciones; visualizo perros y gatos aplastados en la carretera; recuerdo impactantes imágenes emitidas en televisión de niños azotados por la miseria; pienso en las penurias que deben pasar los pobres inmigrantes que viajan en patera; revivo la angustia de mi padre durante su dura enfermedad, cómo se iba apagando y se convertía en cadáver… Nada de eso me funciona. No me ablando; y no consigo que mis ojos luzcan llorosos. Necesito ese plus para que mis dramas sean redondos. Quiero dar lo mejor de mí; así que si no es este año me presentaré el otro.

domingo, 16 de diciembre de 2018

DESEOS QUE DESCALABRAN


Esta mañana, durante treinta minutos, he sido gallina. He picoteado frutos secos y cereales en el suelo y he incubado la ropa sucia taponando el bombo de la lavadora con mi trasero. Mi papada se ha convertido en una protuberancia roja, un lóbulo flácido de carne muerta que colgaba y se agitaba al son de mi cacareo; mi cabello ha adoptado la forma de una cresta de varias puntas, igual de roja. He sacado pecho y mi torso se ha vuelto gallináceo, se ha cubierto de plumas blancas desde el cuello hasta el final de mi espalda. Los sábados, desde la cama, son los mejores días para pedir deseos. A mí se me ha concedido el mío, y con solo media hora he tenido suficiente para hacer lo que hacen estas curiosas aves. Incluso me he lanzado desde la ventana para comprobar si es cierto eso de que no pueden alzar el vuelo. 

viernes, 14 de diciembre de 2018

HACERSE UN PENSAMIENTO


Charo, querida, desde que llevo dentadura postiza me da por contar las veces que mastico cada alimento. ¿Puedes creerte que cada bocado que doy lo mastico treinta veces como mínimo? Estoy obsesionada. Además, cada cosa tiene su masticar. No es lo mismo masticar un melocotón que un muslo de pollo o una pizza. Mis mandíbulas adoptan una posición determinada según el tipo de comida; y su movilidad es inestable, hacen un juego extraño y parece que vayan a desencajarse. Lo peor es comer gominolas; ya sabes lo que me gustan… Sangro y todo. ¿Puedes creerte que un simple osito de fresa he de masticarlo cincuenta y ocho veces? Imagínate lo que supone comerme un entrecot poco hecho o al punto. Tengo una ansiedad que no me la acabo. Ay, Charo… Ayer, tras beberme dos botellas de sidra el Gaitero, cogí mi Vespa, e iba tan borracha que al parar en un semáforo en rojo no sabía si podría aguantar la moto entre mis piernas. ¿Te das cuenta lo que supone pasar las sesenta y cinco primaveras? ¿Te haces un pensamiento?

jueves, 13 de diciembre de 2018

OLOR A HUMANIDAD


Soy capaz de oler las humanidades contenidas en este vagón carente de aire acondicionado. Gracias a Dios, el joven sentado a mi lado huele bien, a jabón de lavanda. Mientras viajo, desde mi ubicación–coche: 7, plaza: 18 A–, puedo advertir cada uno de los efluvios aromáticos que se liberan. Huelo a manos sudadas; el tufo de algunos sobacos; la emanación mentolada del Vicks Vaporub que alguien se ha aplicado; el humo impregnado en algunas prendas; olisqueo las puntuales ventosidades; las pérdidas de orina y el flujo vaginal; también el semen; la fragancia de una chocolatina; el aroma a café que alguien se toma; huelo la miga de pan de algún bocata; la fragancia de un plátano maduro; un tupperware con comida, creo que es paella; huelo las cremas hidratantes; los perfumes florales y las lociones para después del afeitado; el olor a pies; los alientos punzantes de las conversaciones… El revisor entra en el compartimento, y justo al abrir la puerta, dispuesto con el aparatito de marcar los billetes, llega a mi sensible olfato un potente hedor a fiambre. Curiosamente, también huele a sangre y a pólvora.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

UNA MUJER CASI VIUDA


Malena era una mujer casi viuda, por eso anunciaba con cierto cinismo su estado civil a los hombres del pueblo, por si era de su interés. Podría decirse que esta singular mujer no era un ser espiritual. No se percibía ni rastro de su fe ni de sus creencias, y en su inteligencia no se mezclaba la compasión ni la ternura. No era cercana, imponía respeto, y todos la veían como una mujer fría y calculadora. La gente del pueblo veía en ella a un ser cruel, vengativo, paradigmático, con dobleces, de una naturaleza que no irradiaba buenas vibraciones. Sin embargo, esos atributos inherentes a su condición no eran del todo culpa suya. Se protegía tras esa apariencia dura y repulsiva porque no sabía cómo gestionar el estado moribundo de su marido. Nadie lo sospechaba, pero la insólita insinuación a los varones no era más que un miedo atroz a la soledad.

viernes, 7 de diciembre de 2018

EL CONTENEDOR G


Somos funerables. Todo lo es. Así lo creía el señor que sacaba tiempo de donde fuera para celebrar ceremonias fúnebres. Le apasionaban. Era tétrico y misterioso, aunque muy creativo, y prefería los entierros a la incineración. En su granja dedicaba parte de su tiempo a oficiar sepulturas. Contrataba a plañideras para los velatorios, ornamentaba las veladas con coronas de flores y, con su oratoria, ensalzaba el recuerdo de aquellas almas. Lo tenía todo muy bien organizado. Bajo tierra enterraba las frutas y las verduras que se le podrían en el frutero, además de todo tipo de alimentos caducados de la nevera y la despensa; los juguetes rotos o antiguos que ya habían hecho su función los almacenaba en pequeños nichos; también lo hacía con los electrodomésticos y los muebles, aunque los sepulcros de estos eran algo más grandes. Todos los objetos que expiraban, en realidad, los almacenaba en hornacinas que él mismo había construido en su casa de campo. En esas cavidades sagradas colocaba pequeñas ofrendas para recordarlos durante toda su vida. Algunos cadáveres, debido al hedor y a su volumetría, los tenía ubicados fuera, en el establo, en contenedores clasificados por orden alfabético. La parcela donde vivía era un lugar cercado por altos muros, hermético, sombrío, plagado de pequeñas cruces clavadas en la tierra; una especie de camposanto, un terreno sagrado destinado al descanso eterno de todo aquello que tuviera presencia. Hace unas semanas, el amante de todo lo necrológico realizó sepultura al único gallo de su corral. Su cacareo era inoportuno, molesto, pues cantaba durante la madrugada y paraba al alba; tenía los biorritmos alterados. No podía descansar, así que tuvo que sacrificarlo
    Las exequias del animal se celebraron unos días después de su muerte en el contenedor G.          Descanse en paz.

martes, 4 de diciembre de 2018

LA VISITA


Hoy ha venido a verme una mujer que no conozco. Se ha detenido ante mi pequeño altar tallado en mármol y ha dejado una rosa de plástico. Se ha santiguado y ha regurgitado una flema con todas sus fuerzas para escupirla en mi fotografía. Luego, con un brillo extraño en sus ojos, ha recordado en voz alta algo horrible que hice. Me ha sorprendido; pensaba que no lo sabía nadie. Al parecer, aún no se me ha perdonado por mis pecados.
     Cuando nos llega el final y descubrimos las claves del mundo, el misterio que nos plantea la muerte mientras vivimos queda resuelto al momento. Lo que hay tras ella –ahora puedo decirlo– es más existencia, mucha más que muerte. Os lo aseguro. Y, en realidad, desde donde me hallo, resulta más enigmático y desconcertante responder a quién es esa mujer que ha venido a verme que qué hay cuando morimos.

lunes, 3 de diciembre de 2018

FECHORÍAS DE UNA BIBLIOTECARIA


Una mujer harapienta y descuidada viene habitualmente a la biblioteca. Cuando entra, con su caminar tambaleante e impreciso, deja los libros que ha leído sobre el mostrador y, en apenas unos minutos, selecciona algunos más. Suelen ser libros de historia. Los devora. La bibliotecaria, que siempre resopla cada vez que viene, registra las nuevas adquisiciones y hace evidentes esfuerzos por mostrar normalidad y tolerarla. Desde mi sitio percibo todo eso. Pienso que la mujer andrajosa lee mucho y debe ser bastante culta, y que su vida la ha llevado por extraños derroteros; es evidente que sufre algún tipo de desorden. Sin embargo, también lo pienso de la bibliotecaria cuando, impulsivamente, tras marcharse la pobre indigente, rocía de colonia la biblioteca, dejándonos claro a todos que la mujer apesta.