20ª crónica de un confinamiento improvisado
Ayer no pude contarlo todo. Diluvió. Fue un día horroroso, casi distópico.
El portal se anegó y algunos vecinos tuvimos que achicar el agua con cubos. La mayoría
bajamos en batín y pantuflas y acabamos con los pies empapados. Cuando acabamos,
los del tercero, cuarto y quinto subimos a nuestros respectivos apartamentos por
el ascensor. La placa informativa que indicaba la capacidad máxima que podía
soportar el elevador era de seis personas –cuatrocientos cincuenta kilos–,
nosotros éramos cinco, pero estos días que se come más de la cuenta, al
parecer, fue suficiente para que la mala suerte recayera sobre nosotros. Nos quedamos
atrapados hasta que la puerta se abrió por si sola. Estuvimos hablando y
gritando un buen rato en un espacio bastante reducido, y puede que ya tengamos el
bicho dentro y estemos infectados.
Luego fui a comprar. Tengo una amiga que trabaja en una verdulería a pocos
metros de casa. Le hice una videollamada para que me mostrara el género que
tenía en la tienda. Suele tener unos melocotones preciosos, igual que las peras
y las manzanas, además de una excelente selección de verduras de temporada. Qué
fuerte. Ya no quedaba prácticamente nada. Grabó cada estante con su móvil para
que pudiera comprobarlo y, al final, solo pude comprar una bandeja de champiñones,
brócoli y un par de palosantos.
Llegué a casa y me hice la comida. Fideuá con brócoli y champiñones. Tenía
buena pinta. Eso pensé. Así que, orgulloso de mi plato, lo subí al grupo de
WhatsApp que tenemos los amigos. Pensé que valorarían mi creación. Error. No
tuvieron piedad. Recibí críticas por todos lados. Todas sarcásticas, burlonas,
crueles, escritas con sorna y alabando irónicamente mi talento para la cocina. Nadie
dijo nada positivo. La pantalla se llenó de emoticonos con caras vomitando y
mierdas con ojos, y nada de manos aplaudiendo. Me dolió. No tuvieron ni pizca
de condescendencia. Me trataron fatal, fueron incisivos, despiadados, hirientes,
y eso afectó a mi sensibilidad de artista. Incluso uno de ellos, el que todo lo
sabe y, por norma, todo le parece mal, amenazó en compartir mi guiso con otros
grupos para chincharme. Mi receta no era tan descabellada, puede que no sea la más convencional cuando se habla de una fideuá, pero, joder, estoy confinado en
casa y necesito combinar cosas para tener la sensación de que invento algo.
Ayer viví las horas del día con ansia. Tampoco oí aplaudir a la gente
desde sus balcones. Siguieron sumándose los muertos y, por la tensión que se
está respirando en los informativos, aprecié que los políticos tampoco están unidos
en esto. Sin embargo, a pesar de las calamidades, la primavera ya está aquí.
Así que decidí meterme a fondo en el cambio de armario. El día no fue negativo
del todo. Me apareció la vieja chupa de cuero en una caja. La examiné con
cierta nostalgia y, en el bolsillo interior, encontré una foto de mi antigua novia
y un billete de cinco mil pesetas de las de antes. Algo es algo. Hoy nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario