jueves, 6 de febrero de 2020

EL POZO

El rumor del viejo pozo atrae a las bestias que desarrollan su parte humana. Una de ellas, cargada de testosterona, se asoma al hoyo y se desgañita. Grita con todas sus fuerzas. ¿Ira? ¿Rabia? ¿Desesperación? Los sonidos que articula son los propios de un jabalí o un cerdo; gruñidos salvajes y estridentes que chocan contra el fondo enlagunado del insondable agujero. Resuena un eco a través de las paredes, y los bramidos iniciales adquieren una entonación civilizada, una cadencia armoniosa que se proyecta hacia la superficie como una bruma hablada. Esa voz que se genera penetra en la conciencia de la criatura y sus ojos brillan con un leve temblor. La mediocre lucidez de la bestia se transforma en inteligencia, en conocimiento, en un estado excelso e inaguantable que jamás ha experimentado, por lo que, por primera vez y sin ser dueño de sus actos, siente como su renovada esencia lo llama hacia la oscuridad.