Doy misas por teléfono porque algunos pueblos se quedan incomunicados
por la nieve. Es un cometido inusual, lo sé, pero en realidad solo se necesita
un micrófono que amplifique mi voz y que los feligreses se reúnan en una casa.
No me gusta desatender a esta gente tan recelosa de sus hábitos; son la más
bondadosa que conozco. Si lo hiciera, mi labor se tornaría incoherente,
deslavazada, y no sería digno. Sé que prefieren tenerme delante hablándoles de
lo humano, de lo divino; pero mientras dure esta nevada, difundiré la palabra
de Dios desde mi casa, deleitoso, confortablemente, en gayumbos.
Relato finalista en Wonderland el 04/11/2017
Relato finalista en Wonderland el 04/11/2017
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