Lo que trasciende es comunicarse con la gente, pero yo ya paso de esas
milongas. Prefiero cambiar de público y que estas líneas espontaneas conecten
con los elefantes, los búhos y las gacelas. Sin olvidar a los insectos. Qué
sería este mundo sin ellos. Hay escarabajos preciosos, alucinantes, con
estructuras que parecen naves espaciales, con cuernos increíbles, de colores,
de mil formas distintas. Los peloteros son capaces de alimentar a sus larvas
con bolas de estiércol. Eso sí que tiene mérito, y no que te nombren Jefe de
Estado o Ministro de Economía o Premio Nobel de las Letras. Todo esto lo digo ahora que he
recobrado la cordura. Porque antes, cuando estaba metido en política y
disertaba sobre todo tipo de asuntos, me sentía diferente, poderoso, y claro, olvidé
lo que sabía. Era un sí a todo, vivía en paralelo y mi mejor arma era la sonrisa.
Se me apoderó la estupidez; los astros ya me lo decían. Pero, gracias a algo
que no esperaba, a un fenómeno interno, he conseguido hacer un cambio drástico.
Lo he dejado todo y ahora trabajo en un «no lugar», en un pequeño paraíso apartado
del entorno urbano, una pequeña área de servicio donde apenas viene nadie
porque, curiosamente, no instalaron surtidores de gasolina.
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