Los clientes lo miran embobados. No me extraña. Es muy bueno recogiendo
las mesas del comedor del hotel donde trabaja. Tendríais que verle como apila los
platos sucios con sus respectivos cubiertos sobre su antebrazo, como atenaza
más de una decena de copas con sus largas falanges y como, a modo de pinza, sujeta
bajo su axila, ya sea la izquierda o la derecha, los mantelillos y servilletas
usadas. Recoge la mesa de un viaje, en pocos segundos, como solo él sabe. El
metre lo admira. Más de una vez le ha hecho la reverencia. Además, es atento, elegante;
se mueve con soltura, brinda siempre su sonrisa a los comensales y, alguna vez,
si lo cree oportuno, mientras se toman el postre o el café, les ofrece un
pequeño espectáculo doblando las cucharitas con el poder de su mente.
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