Sería desolador que no hubiera nada de especial, enigmático y
sorprendente en las personas, los animales, los espacios y los objetos. Ella lo
piensa de su marido mientras cenan. Sorbe la sopa y la mastica emitiendo
desagradables ruidos que la obligan a no mirarle la cara. También lo considera
de Napoleón; su perezoso perro, que suelta babas y pelos en el sofá del que
nunca se levanta. Lo cree del destartalado piso donde viven, un cubículo de
apenas treinta metros cuadrados. Ya deben tres meses de alquiler. Y del
cuchillo que resplandece de manera sugestiva mientras se monda unas naranjas.
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