Se pasaba el día escribiendo verdades en medios folios; ideas,
pensamientos, creencias… Luego las lanzaba en forma de bolitas apretujadas por
la calle, las tiendas, los supermercados, los bares, por aquí, por allá… A
quien se le ocurría recoger esas semillas de lucidez, además de la distracción que
podía suponer el hecho de desplegar esas perlas de conocimiento y sabiduría, podía
reflexionar sobre lo escrito e iniciar un crudo viaje interior; tomar
conciencia de su realidad en este mundo atestado de horrores; percatarse del
miedo, de su cobardía y, en consecuencia, considerar que lo suyo sería quitarse
su lamentable vida.
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