El hórrido hombre que se parapetaba en la sombra de las callejuelas para
acabar brutalmente con sus víctimas, dormía con una sudadera metida por la cintura
de un viejo pantalón de chándal, se cubría con un tupido gorro de lana y también
con unos gruesos calcetines que se subía hasta las rodillas por la parte de
afuera del pantalón. Odiaba pasar frío por la noche y que alguna zona de su cuerpo
quedara al descubierto durante el movimiento nocturno. Se tapaba con varios
edredones y mantenía la habitación bien caliente con una estufa de butano que permanecía
encendida toda la noche.
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