Pensábamos que a
doña Rosa le llegaría la muerte por desgaste, como cuando una sierra pierde los
dientes o un apero envejece por el uso. Gozaba de muy buena salud, aunque debía
poner los cinco sentidos en todo lo que hacía, pues sus manos eran algo torpes
y alguna vez le señalaban viento. Una noche, mientras trasladaba un cuenco de
escalibada a la mesa, le cayó el contenido encima de la blusa de su hija. Ésta,
exaltada, menospreció tanto a su madre, que doña Rosa sucumbió durante la cena,
cortando pan con un cuchillo que señalaba ciclones y agitadas tormentas.
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