El camarero dio un
traspié y le cayeron al suelo las botellas y las copas que llevaba en la
bandeja. El ruido fue tan exagerado que además de sobresaltar a la gente del local,
también azaró a las personas que vivían en los edificios más altos de la
periferia. El repentino dominó de vibraciones traspasó los lindes de la ciudad
y, con la velocidad de una centella, atravesó valles, montañas, mares y cientos
de ciudades, provocando conmociones similares por allí donde pasaba; hasta dar
una vuelta completa al globo y aplacar su molesta resonancia en los cristales
rotos de procedencia.
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