La mente es
plástica, maleable; y también incontrolable. A veces, con tantos estados del alma,
se originan devaneos nocivos e insalubres que no dejan proyectar el pensamiento
adecuado; por eso debemos engañarla y domarla. Un buen ejercicio es hacernos afirmaciones
positivas de lo que anhelamos, e incluso escribirlas repetidamente en una
libreta. Yo, por ejemplo, tengo escrito más de mil veces: «Me merezco una mujer
que me haga feliz». No me canso de copiarlo, y no pierdo la esperanza. Pero mientras
se va instaurando esa idea en mi mente, recurro a que la susodicha sea de
plástico y se hinche.
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