Ese señor apuesto se
nota que está nervioso; está incómodo. Se mueve mucho y no para de mirar el
reloj. Se ha levantado siete veces del banco; camina un poco y vuelve a
sentarse. Se ha encendido otro cigarro, el quinto. Mientras se lo fuma alguien se
acomoda a su lado. No es la dama que espera. Es un señor barrigudo, vestido con
un chándal ceñido. Se le aproxima tímidamente y le tararea una cancioncilla
divertida que ayer mismo le estuvo cantando por teléfono la dama a la que aún espera,
arrastrando las erres y con el mismo acento afrancesado.
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