Por el rabillo del
ojo detecté como me seguía un tornado de apariencia femenina. Llevaba una falda
de viento que le giraba cimbreante; se plantó frente a mí, inmenso, ondulante, haciendo
de sus remolinos una danza impetuosa. Me puse bien derecho, sacando pecho y arqueando
los brazos, dispuesto a escuchar la brisa de su cuerpo y a iniciar la cadencia sensual
de un tango. Nos costó abrazarnos, pero con las vueltas acabamos acoplados,
elevados en lo níveo de las nubes y trenzados por una coreografía de figuras,
pausas y movimientos improvisados. Luego, en ese húmedo silencio algodonado conectamos
con todo.
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