lunes, 4 de abril de 2016

EL TANGO

Por el rabillo del ojo detecté como me seguía un tornado de apariencia femenina. Llevaba una falda de viento que le giraba cimbreante; se plantó frente a mí, inmenso, ondulante, haciendo de sus remolinos una danza impetuosa. Me puse bien derecho, sacando pecho y arqueando los brazos, dispuesto a escuchar la brisa de su cuerpo y a iniciar la cadencia sensual de un tango. Nos costó abrazarnos, pero con las vueltas acabamos acoplados, elevados en lo níveo de las nubes y trenzados por una coreografía de figuras, pausas y movimientos improvisados. Luego, en ese húmedo silencio algodonado conectamos con todo. 

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