No sé por qué extraordinaria razón conseguía que todos callaran cuando
exigía silencio. Así que, vista mi asombrosa capacidad, lo reclamaba siempre
que me encontraba en algún ambiente de griterío o escandalera. Lo había
conseguido en lugares concurridos como el metro, el mercado, los centros
comerciales, los bares y algunas salas de espera. Pero mi mayor logro fue en un
campo de fútbol, concretamente en el Mestalla, durante un partido de liga que
enfrentaba al Valencia con el Barça. El campo enmudeció de repente cuando, como
otras veces, requerí, severamente, SI-LEN-CIO. Cincuenta mil personas
respetaron mi voluntad, y, por una influencia divina que aún no logro entender,
cesaron los gritos, los pitos, los insultos, las disputas. Y solo quedó una paz
admirable, sepulcral. El mejor
espectáculo del mundo.
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