–¿Cómo es la cara de un hombre malo?
–Pues como la tuya… En tu rostro está encarnada la maldad, la crueldad,
la agresividad. La angulosidad de tu mandíbula así lo evidencia. Tu violencia
está presente en el arco de tus frondosas cejas, en la rotundidad de tu glabela
y en el abrir y cerrar frenético de las ventanillas de tu nariz aguileña. La
tensión de tu tez amarillenta, las pronunciadas patas de gallo y esos pómulos
hundidos proyectan lo insalubre, el conflicto, la mala vida. La bondad puede
alimentarse de carne humana, pero no de la tuya; has envejecido de un día para
otro y en tu respiración se perciben los estertores de la infamia. Y, de
acuerdo, todos podemos ser hombres malos si analizamos la morfología del rostro
que nos viene dado genéticamente, pero es que en ti la vileza y la perversidad
se perciben tan evidentes… La malicia aflora en la profundidad oscura de tus ojos
de hurraca, y esa mirada que tienes, uff, es tan turbia y engañosa que en ella
puede que se oculte el diablo.
–Ah, vale, de acuerdo…
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