La ropa es la que encierra mi desnudez cada día; un cuerpo exento de
belleza que gana en presencia con ese disfraz que cada mañana elegimos ante el
armario. He perdido el trabajo. Ya no salgo de casa. En verano voy desnudo o en
gayumbos y en invierno en un pijama de franela. Alguna vez me visto elegante,
de los pies a la cabeza, y ceno conmigo mismo delante del espejo. Pido una
pizza familiar y unos refrescos; nos la comemos ansiosos, salvajemente, eructando,
con la esperanza de que la efervescencia de la Coca-cola saque al monstruo que
llevo dentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario