La silla es un animal que todos tenemos amaestrado en nuestras casas.
Son silenciosas cuando se las ignora y chirriantes cuando se las arrastra sin
cuidado. Las sillas deben ser masculinas; al menos las buenas, las resistentes.
Es preciso que lo sean, que no os confundan con la apariencia frágil de
algunas, sobre todo las que se reúnen en manada en las carpas de quita y pon de
los pueblos. Los trabajadores del ayuntamiento, para que no ocupen espacio, hacen
torres con ellas apilándolas una encima de otra. ¡Y cuidado con eso, pertenecen
a una raza que nunca ha sido domesticada! Son temibles cuando se las agrupa, tienden
al zarandeo, y, aunque no sople el viento, si rondamos cerca, no dudan
en abalanzarse como fieras.
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