El hombre que no sale de casa galopa en su butacón de orejas. Avanza
como un aventurero por los caminos de la memoria y hace quilómetros por asfalto
y senderas pedregosas, subiendo y bajando pendientes y respirando un aire casi
olvidado. Acaba sediento y cansado; este tipo de viajes agota a cualquiera que le
guste el devaneo. Decide abandonar su butaca por un momento para ir a la
cocina. Se prepara un bocata de fiambre y coge una cerveza bien fría de la
nevera; luego vuelve a su sillón, se acomoda de nuevo y enciende la tele con el
mando a distancia. Va cambiando de canales y deja el de las noticias. Van cargadas
de historias tremendas, variadas; de robos, explosiones, catástrofes
atmosféricas, primicias políticas, atentados terroristas; una macedonia de
historias que sobrecogen el alma, pero a este jinete de los recuerdos no le
seduce ninguna. La única que le fascina está contenida en el infierno de los
ojos de la presentadora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario