Hay quien necesita encerrarse unas
horas al día para llorar y vaciarse; ahogar sus gritos desesperados en el cojín
donde yacen sus propias lágrimas y, a modo de terapia, cuando se extingue esa incómoda
presión en el pecho, conversar con los geranios que aún sobreviven a ese
entorno sombrío para vomitarles la bilis de su desdicha. Se recupera pronto,
pero se asfixia y sale a la calle a respirar otro aire, a cortar con ese
tormento del alma. Su fortaleza le cambia el rictus y lo convierte en otra
persona capaz de interpretar una pose dicharachera. Así, nadie nota nada.
Todo el mundo lleva alguna procesión interior.
ResponderEliminarUn saludo, creador