Cuando las lágrimas no le
funcionan parpadea con avidez, impulsivamente, como el repiqueteo de un código
morse. Desde fuera puede verse como un tic en sus ojos, pero no lo es. Se sitúa
a mi lado –o frente a mí– y, sin una razón aparente, empieza a frotárselos hasta
que enrojecen. No le ha entrado ningún cuerpo extraño: ni arenilla, ni un minúsculo
insecto, ni esas partículas vegetales que transporta el aire y tan molestas son
cuando invaden nuestra cornea. Eso sería algo razonable para atenderla. Pero ella,
sin más, se los irrita con descaro, sin decirme que le pasa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario