Las hormigas me invaden cuando me
tumbo en el sofá. Salen de lo más recóndito de la tapicería y corretean nerviosas
por un terreno abultado y de trasiego intestinal; mi barriga. Arracimadas en la
convexidad, transportan miguitas de pan y restos del pollo a l’ast que han
quedado adheridos en mi suéter. Me he zampado uno entero, con patatas fritas, y
una botella de cava. Un bicho traslúcido va entretejiéndome en el escay, me
ovilla en una dulce modorra que se adueña como un desmayo y preso de ese estado
catatónico es cuando da comienzo la peli de las cuatro.
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