Suena el timbre. Oigo voces que
no identifico. Me acerco sin hacer ruido a la mirilla y observo a dos hombres y
una mujer. Han accedido al edificio. Alguien les habrá abierto. Yo solo abro al
cartero, y a estas personas, aunque no tienen malas pintas, no las conozco. Mis
padres me han dejado bien claro que debo hacer cuando me quedo solo y llaman
desconocidos. La mujer se sitúa entre ellos, esboza una sonrisa postiza y saca varios sobres blancos y de
color salmón de una bolsa de papel. Siguen dándole
al timbre. No sé, pero no me fío.
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