Un ritmo tribal empezó a sonar.
¡¡Pum-pum, pum-pum!!
Nos vimos sometidos al capricho de
algún oscuro encantamiento, girando como un tiovivo humano al son de aquellos
golpes primitivos.
¡¡Pum-pum, pum-pum, pum-pum!!
Algunos se quedaron flácidos como muñecos
de felpa; adormilados, y con un semblante relajado. La gasa de niebla ahogaba mí
garganta como una soga, conduciendo mi conciencia a la escena de un sueño
apacible donde todo también giraba y giraba; pero era en un jardín lleno de
niños, en la antigua casa de campo de mis padres, alrededor de unas sillas con
respaldo verde y al compás de una música animada que a intervalos paraba.
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