Susi Gómez se
dispuso a limpiar la habitación número 22 del Hotel Olimpia en el que trabajaba
de asistenta hacía un par de años. Empezó por las camas. Había dos; y eso ya le
pareció extraño. Se percató de que todo se repetía por duplicado. Había dos
lámparas colgadas del techo, dos mesas, dos retretes, dos duchas, dos tostadoras,
dos televisores…incluso un par de periódicos fechados igual. Llamaron a la
puerta. «Servicio de habitaciones», exclamaron a dúo. La abrió. Frente a ella,
una pareja de mozos bien plantados, clavados, totalmente desnudos, sujetando sendas
rosas y, por cierto, muy bien dotados.
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