Cada año, de mi oído podía sacarse
un mazacote de cerumen digno de ver. Lo conseguía introduciendo agua tibia a
presión por medio de una pera de irrigación. Lo sorprendente fue la última vez,
pues el tapón que extraje de mi oído izquierdo tenía un aspecto poco común. Lo
palpé y lo limpié con un trapo. Comprobé que era un pequeño pabellón auricular,
una orejita cartilaginosa que vibraba sobre la palma de mi mano como juguete de
cuerda. Lo incliné sobre la pila del baño y le inyecté una lavativa. Su
agitación fue cediendo, y al final asomó algo encanijado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario