Cuando Rebeca se
incorporó al grupo de amigos, se adivinaba que nuestro círculo tendría las
horas contadas. La aceptamos porque era la novia del Juanqui, nuestro amigo;
pero vaya tipa engreída. «Sois nauseabundos»,
nos soltó el día que vino al bar de almuerzos donde siempre íbamos. Al fin y al
cabo, entendimos que quisiera conocer a toda la pandilla. Pero no se adaptó, ni
entendió nuestros códigos. Y solo porque eructamos tras la comilona y
provocamos que sonara largo, se levantó molesta de la mesa y miró al pobre Juanqui,
severa, como diciendo: «O yo o esta piara de cerdos».
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