En una recóndita isla del
Pacífico, si tirabas un puñado de termitas blancas al agua, éstas se agrupaban
como piezas de Lego y formaban una especie de balsa flotante. Podías subirte a
la embarcación dejando que tu destino estuviera a merced de esa masa compacta de
insectos isópteros o quedarte en la playa contemplando como las olas bordaban
puntillas blancas sobre la arena. El náufrago eligió salir de allí con la única
alternativa considerable, y llegó a una isla de idénticas características donde
desgraciadamente tuvo que plantearse la misma peripecia para sobrevivir; aunque
esta vez estaba casi en los huesos.
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