No la besé del todo. Fue algo fugaz. Apenas
un leve rocé en sus labios. Y eso no era besar. Habíamos hablado más por
teléfono, primero de lo cercano, y con el tiempo de sentimientos, confidencias
e incluso secretos. Algo germinaba entre nosotros. Decidimos vernos por primera
vez el día de San Valentín, sin filtros, cara a cara. Yo la miré prendado, ella
de arriba-abajo. Con cierto desaire accedió a que me acercara y la cogiera de
la mano. No fluían las palabras, así que fui directo al grano, a su boca. Y ella,
muy ágil, me hizo la cobra.
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