Un señor totalmente desnudo
saltaba como un niño sobre una cama, destripaba un cojín de plumas y las
lanzaba a puñados por la habitación. Se reía con el roce de esa suave lluvia al
caer y luego cubría su cuerpo con una sábana blanca para simular a un fantasma
o a una ridícula montaña nevada. Se sentó como un jefe indio sobre el colchón,
a fumar una pipa de caramelo y a deshacer en su boca el humo de una nube rosa
de azúcar. En un extremo de la cama estaba estirada su maja desnuda, comiendo
palomitas, sin decir nada.
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