Si acabo contigo no solo es por el placer que eso supone, sino por el
recelo que además me otorga extirpar escrupulosamente tus órganos con mi
bisturí y darme un buen festín a
posteriori. Soportar la voz agónica de tus ¡ayes! me incomodará, seguro;
pero, en esta vida, todo es un sacrificio. Igual que un cerdo grita ante la
proximidad de la muerte, a ti no te imagino acogiéndote a ella con la boca
cerrada. Siempre has sido una desquiciada escandalosa, una exagerada repelente,
una sinvergüenza maleducada… Aun así, aunque vaya a costarme trabajo
inmovilizarte y colocarte una mordaza, cocinarte con una salsa a la mostaza
valdrá la pena; me han dicho que va bien con cualquier carne.
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