El cuerpo debe ser alimentado, vestido y cuidado por un alma espiritual
y responsable. De esta manera nuestra masa corpórea puede albergar la vitalidad
y la llama que nos mantiene vivos. Hace unas semanas que he muerto y mi alma se
ha liberado, así que puedo deciros que mi yo etéreo ha acabado en el interior
de un cuerpo más complejo y creativo; pertenece a un ciego, a un hombre invidente.
En la profundidad de su ser he adquirido el hábito de la introspección; es
silencioso y puedo percibir las cosas de otra manera, más completas. Sueño
perfecciones, negruras que abarcan un universo de estrellas, una oscuridad que
brilla fulgente… Su corazón late fuerte, con una cadencia vigorosa en la que me
reconozco, me siento vivo. Y, a estas alturas de mí no existencia, puedo
afirmaros que, dependiendo del cuerpo que Dios te asigne, hay más vida que muerte.
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