Me planto en la orilla, me bajo la bragueta y me la saco. Mecido por la
brisa y el aroma salado de las algas meo donde las olas no me alcanzan con sus
bordados de espuma. Miro a los lados, en rededor. No hay nadie; ni un turista.
En esta playa de arena fina ha llegado el otoño: la reflexión y la cordura.
Estoy agradecido a este pueblo de contrastes; de multitudes fieles a partir de
julio y de silencio y calma a medidos de octubre. Me permito esta excentricidad
cada mañana para sentir que no he desperdiciado la vida.
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