El señor cargado de inquina ya no «descompresiona» su cuerpo delante del ordenador o usando su obscena imaginación
como solía hacer cada noche antes de acostarse. Ya no se quiere. Ha entrado en
el peor vericueto: el de aborrecerse a sí mismo. Se consuela y se da placer de
otra forma: con un bote grande de helado de vainilla y cookies de chocolate.
Así está de gordo. Debería ponerse firme y no darse esos atracones. Es mejor
que conozca a gente, y si no, que les den a todos y, como hacía antes, vuelva a
darse maraca de la buena.
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