Mi hermana tiene alma de insecto, de ahí su avenencia con los bicharracos.
Cada vez que descubre alguna cucaracha correteando por el pasillo u otros
lugares de la casa, su intención no es acabar con ellas –como haría cualquier
miembro de la familia–, más bien lo contrario, las protege de los escobazos. «¡Yo
me ocupo de ellas! ¡Dejadlas en paz!», se enfada cuando mamá grita histérica al
verlas. «¡¡Son solo insectos inofensivos, por Dios! ¡No entiendo vuestra ansia por
aniquilarlos!!» Pasa lo mismo con los escarabajos, tijeritas, lagartijas,
gusanos y otras pequeñas alimañas que puntualmente van apareciendo por la casa.
Ella se ocupa. Les muestra respeto y cordialidad, y, amablemente, como si se
tratara de huéspedes, los invita a pasar a su habitación para quedarse el tiempo que quieran.
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