Pues te digo. Los que fracasan estrepitosamente y no venden nada basan
su alimentación en lo que encuentran por los contenedores. Ya te puedes
imaginar. Con el estómago vacío todo son bostezos; se acostumbran a no comer y
prefieren beber tetrabriks de vino tirados en cualquier parte. Así que comer,
no comen mucho. Algún sábado he visto a alguno almorzando en el «Templo», el
bar de María y Agustín. Por ocho euros ofrecen una suculenta ensalada con
varios cestos de pan artesano; un platazo a elegir entre un montón, todo el
vino con gaseosa que quieras, un carajillo y un tubo de pacharán. Más de uno
tiene suficiente para pasar la semana sin probar bocado.
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