Esa noche, como tantas otras, se hizo la apnea encima y quedó empapado en ronquidos tronadores, ciceantes, ahogados, roncos… Algunas babas fruto de
esa áspera respiración lo calaron hasta los huesos, y, por la mañana, se vio
inundado por una cadencia incesante de carraspeos. A este señor, que tiene
sobrepeso y las amígdalas hinchadas, le falla el sueño. No descansa y es
propenso al cabreo, a gruñir mientras conduce para ir al trabajo. Pierde las
formas y se desgañita vociferando frases arrolladoras.
–¡Cabróóóóóón! ¡Lástima no poder ir armado!
Luego, cuando el tráfico es intenso, provoca atascos; se abraza a la
humedad de su cuerpo y, dormido, resopla como un cerdo.
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