Hay parejas que se hacen el terror todos los días. Se temen con locura
y el miedo les llena de satisfacción. Algunas acaban como el rosario de la
aurora, pues su desatino es tan malvado que infecta los días de prontos
implacables. Se dejan llevar por el odio y la rabia, y, en esa cólera
desmedida, se marcan con malos rollos y violencia doméstica de la buena. Son
jardineros del rencor y de las malas palabras. Han ido plantando el desprecio y
la inquina para regar su tierra de salpicaduras cruentas. ¡Qué trifulcas tan
formidables! ¡Qué daño tan bien parido! Ellos sí que saben. No se abandonan a
los dictados de un corazón bueno y compasivo. No contemplan esa opción. Prefieren
luchar contra el afecto y la ternura para seguir enardeciendo la oscuridad de sus
almas. Nada de caricias ni besos apasionados; todo por el espanto de unos ojos
desorbitados. Sentirse amados sería un mal presagio, una señal peligrosa que
podría darles esperanza.
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