Serías más feliz si fueras un perro. Mi perro. Uno pequeño que pudiera llevarse atado
con una correa o suelto en la cesta delantera de una bicicleta de paseo. O en
el interior de mi bolso, junto al móvil, las llaves, el monedero…
Alguna vez te llevaría sobre mi hombro como un loro, y otras, según se diera,
bajo mi brazo como un balón de rugby. También te daría libertad, por supuesto.
Podrías ir a tu aire e inspirarte mientras te toco un vals con el piano. Pero
lo suyo sería que dieras vueltas y vueltas intentando morderte la cola.
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