Un
señor, que bien podría ser cualquiera de nosotros, buscaba el tráfico de la
ciudad para avivar sus pensamientos más tóxicos. Todo por la compulsión de
herirse y no dejarse fluir. Conducía violentamente, dando volantazos, envuelto en
la confusión y el desorden, pues estaba convencido de que lo mejor que podía pasarle
era sufrir un grave accidente. Sin embargo, sin darse cuenta, entró por una estrecha
calle circular de la que todavía hoy no ha conseguido salir. Siente mareos y
náuseas, pero ya no se alimenta de las obsesiones destructivas. Sale del coche cuando
le parece y visita concurridas cervecerías.
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