Hace
sus necesidades, se asea, desayuna fuerte, habla consigo mismo para infundirse confianza
y piensa que está preparado para lo que venga. Pero es mentira. No está
preparado para nada, porque lo que el día va a traerle está marcado desde
siempre en el código inalterable del firmamento.
A
grandes rasgos podríamos decir que es un hombre risueño, bien plantado, que
viste impecable. Vive solo, en un quinto piso, y en estos momentos baja por las
escaleras, pleno de energía. Abre la puerta del rellano y sale a la calle. Hace
un día espléndido. Le brillan los ojos. Saluda a los vecinos del barrio que se va encontrando y les regala una sonrisa, compra el periódico en el quiosco de la
esquina y sigue su camino, silbando alegremente, convencido de que va a llegar
al trabajo.
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